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Perder las piernas le cambió el camino, pero no detuvo su paso ni sus sueños

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Romario Rojas tiene un verbo inusual para alguien tan joven. Con 20 años, relata su historia con la calma de alguien que la ve lejana, con un aura de motivación y optimismo; pero también con el rastro del dolor por lo vivido y algo de angustia por lo aún no superado.

A los cinco años le diagnosticaron meningitis meningocócica, una rara variedad de esa enfermedad, causada por la bacteria meningococo, que inflama las membranas que rodean el cerebro y la médula.

A pesar de la situación, sin piernas ni prótesis, el niño aprendió a nadar, andar en bicicleta y siguió jugando. (CRH)

A pesar de la situación, sin piernas ni prótesis, el niño aprendió a nadar, andar en bicicleta y siguió jugando. (CRH)

Lo tumbó en la playa, en la oscura arena de Costa de Pájaros, en el cantón de Chomes en Puntarenas. En un sitio de difícil acceso y camios de piedra ¡se fue a meter esa bacteria! Para cortar el camino del niño con nombre de una leyenda goleadora del fútbol brasileño, para poner a correr a su familia.

En el hospital Monseñor Sanabria los diagnósticos no acertaron. El papá de Romario, Jose Rojas, sospechaba de algo diferente. Fue en el Hospital de Niños donde lo determinaron. Sus piernas ya sucumbían y debían ser amputadas. A pesar del ruego del padre, el niño las perdió.

La vida le jugó una extraña movida, pues despertó en la amputación. Luego de eso…risas. Si. Romario asegura que tras la cirugía reía sin explicaciones. “Era una risa muy rara. Tenía un problema”, menciona el joven casi 16 años después.

Terapia, recuperación, fútbol y mar

La mamá de Romario huye a la cámara, pero fue clave, igual que su padre, en la recuperación. (CRH)

La mamá de Romario huye a la cámara, pero fue clave, igual que su padre, en la recuperación. (CRH)

Terapia física y recuperación psicológica para la pérdida de extremidades y una risa que no debía estar ahí. El llanto no vino extrañamente. Eventualmente desahogó, le gritó a Dios y no aceptaba lo que pasaba.

Ante el golpe de la enfermedad y la debilidad de su cuerpo infantil, le aseguraron que no volvería a caminar. “A punta de sopa de pescado”, bromea en su relato Romario, sobre la recuperación. A su lado sufrió su mamá en el hospital y el papá acompañándolo en todo momento.

En una comunidad pescadora, con pocos recursos, su padre tenía un bar en una esquina de Chomes, que quedó movida en el último terremoto de Nicoya. A golpes y saltos continuaron. Según informó La Nación en julio del 2000, la Junta de Protección Social donó ¢2 millones para las prótesis.

El acceso a su casa es de piedra. Toda la comunidad tiene malos caminos, que genera una discapacidad. (CRH)

El acceso a su casa es de piedra. Toda la comunidad tiene malos caminos, que genera que su discapacidad sea más difícil de llevar. (CRH)

Más de un año después de la pérdida, tras romperse la boca mientras aprendía el manejo de las prótesis, ya caminaba y corría. Gracias al apoyo de una organización estadounidense logró tener otra prótesis, que hoy ya exigen un cambio. Pero son caras…

Aún hoy sueña con la bola que pateó, pues es apasionado del fútbol. Su nombre lo previó. Sigue jugando, pero imagina que hubiera pasado de haber buscado la pelota. En lugar de la cancha, se enfocó en los estudios. Incluso vivió ocho meses en Virginia, Estados Unidos, en busca de formarse.

Cursó medicina en una universidad privada, pero no pudo seguir por falta de recursos. La Universidad Técnica Nacional, en Puntarenas, es su nuevo hogar académico, donde trabaja por sacar la carrera de aduanas.

Miradas y pantalones largos

Romario sueña con trabajar en una naviera o comercio exterior. (CRH)

Romario sueña con trabajar en una naviera o comercio exterior. (CRH)

A donde ha ido, ha sido fuente de motivación. Lo invitan a charlas, lo llaman de grupos y por supuesto, genera curiosidad. Ese joven flaco, con un caminado particular, sin hablado del puerto, trae una historia extraordinaria detrás.

“Fueron tres años para aprender a andar en prótesis…Los golpes de la vida le enseñan a uno, hasta que uno toma nuevamente ese ritmo para salir adelante”, reflexiona el universitario. Aunque aún no supera un tema superficial.

No anda en pantaloneta, porque no tolera miradas de dudas, juicios, inquietudes o el maldito “pobrecito” que siempre existirá en la sociedad. Otro sueño son unas nuevas prótesis… “¡Que yo pueda decir ahora si tengo mis piernas de verdad!”. Es confianza y seguridad por lo que lucha.

En pantalón largo bajo el calor costero. Con su verbo particular. Romario deja atrás ese doloroso episodio, lucha con la nostalgia de algo que se llevó el mar y no volverá, y marcha seguro de iluminar el camino y su vida.


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