De los 59 años que tiene Rafael Ángel Granados, 34 los pasó como habitante de la calle. De esos, los últimos cuatro lo hizo en total indigencia en la Zona Roja.
Según relata Granados, él dormía por el mercado Borbón. Ahí, con sus escasos 55 kilos de peso, deambulaba por las calles mientras se sostenía el pantalón con piedras y mecates, simulando ser fajas.
El éxito es lo que señala Granados como el principal causante de que terminara en las calles; además de la adicción a las drogas, que empezó cuando a los 11 años decidió “travesear” con un cigarrillo.
De ahí escaló al licor, luego conoció la marihuana. Pero fue cuando se consolidó con varios oficios (fue bartender, salonero, chef) y empezó a ser exitoso, que le presentaron su perdición: la cocaína.
“En 1993 mi consumo de cocaína era muy fuerte. Laboraba pero terminaba de trabajar y consumía. Me adentré y después de estar en posiciones de privilegio, con buenos trabajos, me quedé en las calles. Perdí a mi familia y empezó una decadencia total en mi ser”, aseguró.
Dormir con ratas, alimentarse de basura, estar al borde de la prostitución e incluso estar preso no frenó su adicción.
Sin embargo, desde hace 9 años todo quedó atrás: se levantó y cada día lo suma como sobreviviente para no recaer. Ahora, le tiende la mano a otros que apenas están saliendo del mundo de las calles.
Su rehabilitación es tal que es director del centro Eliasib Dios Restaura; además cada lunes acude a la cárcel del Virilla para que su testimonio sirva de ejemplo.
También, su misión lo hizo cruzar las fronteras: se fue a Honduras a fundar un centro de rehabilitación homónimo y le ha ayudado a mareros.
Recuperó a su familia
Lo que más agradece en este proceso, fue poder recuperar a su familia. No fue fácil, incluso su padre quien recién falleció, murió sin creer en su cambio.
Su esposa, Janeth Mora y sus cuatro hijos lo pusieron a prueba. Pero le dieron la oportunidad.
“Empezando el 2008 quise ver si podía enfrentar la realidad, todo este tiempo en el albergue había estado en una burbuja. Uno de mis primeros pasos fue regresar a mi hogar, que se había destruido por 15 años. La primera vez mi esposa no me abrió la puerta, mi hija me recibió (…) Esperé dos semanas más y ese día iba directo a la casa de mi hija, cuando mi esposa salió y me llamó”, recordó.
“Mi esposa me dijo que ya no le movía ni una hormona pero que me iba a dar la oportunidad que merecía”, comentó.
Granados agregó que le tomó un año y seis meses para que su esposa lo dejara volver a dormir en el mismo cuarto que ella.
“Tuve una segunda boda con mi esposa, renové votos matrimoniales. Mi hija me entregó a mí y cuando iba entrando a la iglesia iba en un baño de lágrimas”, aseguró.
Ahora, divide su tiempo entre vivir con su familia en Naranjo, y pasar una parte de la semana en el centro de rehabilitación ubicado en Los Ángeles de San Rafael de Heredia, en donde da testimonio de que se puede cambiar y dejar las adicciones.